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viernes, 20 de mayo de 2011

Diario Estrés

Abrí los ojos, que siempre se conservaban paralelos, pero ahora horizontales. No sé si abrí los dos, porque sólo funcionaba el derecho; el otro permanecía aplastado con la presión del colchón.

Dejé la superficie líquida de los sueños, y empecé a revisar las aristas filosas de la vigilia.

Todo organizado en paralelas y adyacentes.

El placard, las perchas, las baldosas del piso.

Primera conciencia de otro día.

Con respecto a la calle, la casa era lo que los sueños al despertar. Un cubo mullido que contenía mis movimientos habituales, sin sobresaltos, como si en ella casa madre, casa útero se continuase una atmósfera gelatinosa y onírica.

La calle, en cambio, era cada vez más aguda y lacerante. Con los registros chirriantes, iba, sin proponérmelo, haciendo una lista de las cosas que a lo largo del día me flagelaban. Y yo llegaba a la noche llena de estigmas en la cara y en el alma.

Los latigazos eran frenadas, bocinas, alarmas, ringtones de celulares el sol sin piedad de las esquinas, las superficies niqueladas de los autos. La angustia en la cara de todos nosotros.

Pensé los días como una sucesión no muy bien compartimentada de espacios mullidos y espacios ásperos. Y deseé un largo período acolchonado. No, no la muerte, no. ¡Las vacaciones!

Últimamente, me había dado por hacer la malabarista. Y en gozarlo. Y en gozar cuando, echada mi maltratada osamenta en la cama, no podía creer que hubiera hecho tantas cosas, durante el día, con la compañía del sol y hasta la llegada de la luna. Pero el disfrute no duraba nada, porque al instante debía planear cómo resolver la larga lista que venía después. Y así las cosas en seguida me resultaban lejanos, como si hiciera mucho tiempo que habían pasado.

Esta sensación tenía cierta similitud con la infancia, cuando el tiempo es un largo recreo, un perpetuo presente, una inconciente idea de inmortalidad. Y no un rotar continuo que me exigía permanecer en pie como un clown peleando por mantener una inútil caminata sobre un globo.

Ya no paramos. Ya no se puede. Mirar alrededor y por primera vez sentirme parte- víctima de algo colectivo. Como si estuviéramos atravesando un período de pestilencia sin olor del que unos pocos tomaron conciencia. Y el cuerpo, con su estructura milenaria, exige lo que se corresponde … descanso.

La naturaleza pide una tregua. Y surge el paralelismo.

Vi a mis achuras, a mis perturbadas vísceras como un sistema planetario convulsionado. Con náuseas cósmicas, arritmias estelares y angustia sempiterna. ¿Nos moriremos todos de tristeza?

A veces, en cambio, soñaba con ser asistente privilegiado al juicio final. Y casi siempre primaba una de esas imágenes de estampita, pero animada y condimentada con un imaginario cinematográfico, mechado con los últimos descubrimientos de la ciencia.

Y yo, estoica, generosa, altruista, que tengo que poner mi cuerpo para estar en sintonía con mi mundo circundante y dar cuenta de él.

La sincronía que antes era tan natural, tan fluida, ahora me está costando el alma …

Entonces, la lengua viscosa de los perros, su lomo vivo bajo la mano que acaricia, su mal aliento… o gritar frente a un ventilador me devuelven algo de mi paraíso perdido… y vos, claro.

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